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Argentina

Escalera o ascensor, por Zorraquin Meneses

En Argentina nos hemos especializado en buscar ascensores y descartar escaleras. Pretendemos que los problemas del país, fruto de muchísimos años de fracasos, se solucionen en poco tiempo. Somos un poco ingenuos al escuchar a un político, sea del partido que sea, prometer cosas incumplibles que va a lograr en su corto mandato y creerle

27-10-2025

ESCALERA O ASCENSOR 

A todos nos gustan los éxitos rápidos. Que pase poco tiempo entre el objetivo planteado y el logro del mismo. Si esa es la expectativa, cualquier demora parece frustrante, magnifica el supuesto fracaso, quita incentivos, estimula a abandonar el proyecto.

En Argentina nos hemos especializado en buscar ascensores y descartar escaleras. Pretendemos que los problemas del país, fruto de muchísimos años de fracasos, se solucionen en poco tiempo.

Somos un poco ingenuos al escuchar a un político, sea del partido que sea, prometer cosas incumplibles que va a lograr en su corto mandato y creerle. Somos la laucha engañada por la trampa con queso, nos puede más el deseo que la lógica. Quizás compramos con el estómago algo que no compraríamos con la cabeza.

Todo esto viene a cuento por los resultados electorales de ayer. Por los cómputos que se conocieron, y contra todo pronóstico, el gobierno realizó una elección mucho mejor a la esperada. Una buena parte de la ciudadanía, por amor o por espanto, le renovó el crédito para sostener lo bueno y corregir lo malo. Parece que se optó esta vez por la escalera.

Para el gobierno comienza el segundo tiempo del partido.

Debe agrupar voluntades propias y de aliados en el Congreso con dos objetivos: frenar proyectos de aumento de gasto y lograr leyes de reformas profundas. Más allá de las intenciones, queda claro que se perdió tiempo, que la estrategia gubernamental de los dos primeros años de gobierno tuvo algunos éxitos, pero no consolidó alianzas que hicieran sustentables los cambios.

El propio gobierno compró su mensaje del ascensor, donde denominar a todos como “la casta”, como los “degenerados fiscales” y otros epítetos similares, le iba a generar simpatía popular para siempre. Donde el superávit fiscal y la baja de la inflación, cimientos indispensables, eran suficientes para corregir años de incompetencia, de deudas acumuladas, de cultura argentina basada en la desconfianza, de comprar dólares como mecanismo de defensa.

Y podríamos seguir con la lista.

Si durante meses se habla de tener el mejor gobierno de la historia y luego se recurre al apoyo de EEUU como salvavidas financiero, es imposible pensar que “todo salió acorde al plan”.

Mentirse pensando que con algunas correcciones se iban a cambiar para siempre las expectativas, que lloverían inversiones, que los actores políticos se someterían dócilmente y que la corrupción enquistada desaparecería mágicamente, es al menos un error de diagnóstico. Quizás no en el largo plazo, pero sí en un mandato de gobierno. Fingir demencia por parte de gobernantes y gobernados parece que no funciona más.

Los países, a diferencia de las empresas, nunca se funden. Aunque estén fundidos. Siempre aparece un prestamista de última instancia. Puede ser el FMI, los bonistas, la emisión sin respaldo de dinero o el gobierno de EEUU o China. Siempre hay mecanismos para patear la pelota hacia adelante. Claro que no es gratis.

Las consecuencias de optar por la cosmética y no por la cirugía nos han traído hasta acá. A este gobierno le reconocemos la intención de corregir la economía sobre fundamentos que usan los países normales: superávit fiscal y de balanza de pagos, Banco Central con reservas suficientes, inflación a la baja, disminución de gasto del Estado, entre otros.

Lo que pareciera que falló son los tiempos o las prioridades definidas para el cambio. Entre motosierra y bisturí no apareció el equilibrio correcto. Entre el mensaje de terminar con la corrupción y los casos sospechosos que salieron a la luz, la incongruencia se hace evidente.

Aparece ahora una oportunidad, otra más. No sólo para el gobierno sino para los argentinos.

El problema, o la solución, no son Milei o Caputo. Lo relevante es entender que son funcionarios de paso pero que tienen la oportunidad de dejar un país mejor encaminado. Para que luego vengan otros que sigan subiendo peldaños de esa escalera. Evitando atajos. Sin falsas expectativas de rapidez por un ascensor que no existe.

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